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- He visto una escultura suya, señor Moore, que parecía más bien un nudo ciego. -¿Y por que no lo desato usted? Tal vez habría encontrado una “vasta gesticulación”, “un amplísimo lenguaje”, “una posibilidad de circulación”, todas esas cosas que dicen los críticos. Ya metí la pata. Tomo fuerzas para preguntar: -¿Por qué esculpe usted esas cosas? -Me gusta el misterio de las semillas. Amo los cerrados núcleos del movimiento, la magia recóndita de las figuras, mudas como un enigma, pero siempre dispuestas a abrirse y florecer si una mirada interior las ilumina. En este momento, Henry Moore esta dedicado exclusivamente a la mermelada de naranja. Usa el cuchillo como una espátula y la distribuye con gran cuidado a lo ancho y a lo largo del toast, así en ingles. -Señor Moore, ¿de donde la salio a usted la idea de ser escultor? Matihias Goeritz tiene esta mañana una índole humorística decididamente inoperante: -Pues de eso. De estar haciendo relieves de mermelada y mantequilla sobre el pan del desayuno. ¡Así se inicio el gran escultor Henry Moore! Algo hay en eso de cierto… Y Moore contempla muy satisfecho su esplendida y decorativa rebanada de pan tostado. -Si hay algo de cierto, porque mis dedos de niño presionaban inconscientemente sobre todas las cosas susceptibles de transformarse y de ceder a las manos. Si es verdad, yo hacia figuras con las migas del pan cotidiano, y mis monigotes de nieve llamaban la atención de mis condiscípulos. -Pero ¿Cuándo sintió usted el verdadero soplo? -Una tarde que repasaba las salas de la Tate Gallery, de Londres. Allí vi mis primeras esculturas aztecas, mis primeros inexplicables jeroglíficos. -¿Le gusta a usted el arte precolombino? -Nada me ha impresionada tanto y tan hondamente como la maravillosa aridez y hostilidad de esas piedras eternas. La dureza y la soberbia del arte mexicano son esplendidas. Desde entonces soñé con venir a México y hasta ahora he podido realizar ese sueño. -¿Y que le parece nuestra realidad? -Confieso a usted que vine con miedo y lleno de internas precauciones, siempre en guardia contra la desilusión. México, ya se lo he dicho, era mi país-sueño y yo temía mucho despertar de un antigua encanto. -¿Ha sido desagradable despertar a esta luz cruda y violenta? --Me doy cuenta ahora de que este país no podía defraudarme nunca porque México es el país de la piedra, esa dura mujer que cede lenta y difícilmente a los recios golpes del espíritu, pero que sabe encerrarlo para siempre, como ninguna otra materia. Este es el México que me yo esperaba y el que me esperaba a mí: Henry Moore, un enamorado de la piedra. El arte aquí no se despilfarra, es compacto, macizo como un bloque de granito. Es una escueta realidad de tezontle, un magnifico pensamiento tallado en obsidiana, solo en ciertos momentos transparente. No puedo dejar de recordar aquí el cráneo de Londres, ese maravilloso objeto de cristal de roca que tiene encerrado todo el misterio de la creación artística, toda la lucha entre la materia y el espíritu, en una desnudez compacta y translucida como sus dos orbitas vacías. No hay en toda América, ni en la latina ni en la anglosajona, nada que se parezca a los rostros humanos y a las obras de México. - ¿A que circunstancia cree usted que obedezca la falta de continuidad histórica de la escultura mexicana? -El arte de los idolistas era consumado y hermético. Expresaba de manera admirable el enigma del hombre y de dios. La divinidad era algo así como una escultura monolítica y aplastante. Era la imagen de un misterio absoluto, y la escultura supo apresarlo con toda su grandeza. Como todo arte religioso, la escultura del México antiguo tuvo que decaer forzosamente al cambiar la concepción del mundo en la gente que la desarrollaba. Y los artistas creadores se transformaron en artesanos ornamentales al servicio de la arquitectura religiosa. ¿Pretenderá usted ahora que le explique las razones sutiles que han hecho de la pintura un arte mas apto para sucederse a nuevas exigencias espirituales y a nuevas ideas? -No, no, señor Moore. Ya nos ha dicho usted bastante y le estamos muy agradecidos. Además, consulte usted de nuevo su programa: la cita con Diego Rivera era a las once y media y ya son cuarto para las doce. Tendrá que irse volando a La Casa Azul en la calle de Londres, en Coyoacan. Del libro, Todo México - tomo V, de Elena Poniatowska |
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Cuantas veces, …La elección amorosa es imposible en nuestra sociedad…debe aceptarse que el matrimonio no constituye la más alta realización del amor, sino que es una forma jurídica, social y económica, que posee fines diversos a los del amor… ¿Que el terremoto de Haití En Música y Letras no podemos tomar una postura de negación o afirmación de la existencia de Paranoia o “Conspiraciones”, pero creemos que es nuestra obligación cuando menos compartir información que vayamos encontrando... |
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